
La pereza suele ser malinterpretada como simple flojera, falta de carácter o ausencia de disciplina. Sin embargo, por mi experiencia y desde una mirada psicológica más profunda, es común encontrar que la pereza funciona muchas veces como una forma de protección emocional. Es decir, puede ser un mecanismo de defensa inconsciente que la mente activa frente a situaciones que percibe como amenazantes o emocionalmente exigentes. Veamos un poquito más.
¿Qué es realmente la pereza?
La pereza no siempre significa apatía o desinterés genuino. Muchas veces es la punta del iceberg de un conflicto más profundo: miedo, autoexigencia, agotamiento o falta de propósito. Cuando esto ocurre, no estamos ante un problema de hábitos, sino ante un sistema psicológico que nos intenta proteger del malestar, aunque a veces consiga el efecto contrario y origine un mayor malestar y sufrimiento.
Por ello, es importante que si sentimos que la pereza se está instalando y haciendo más grande en algún área importante de nuestra vida, tratemos de comprender realmente de qué nos está intentado defender.
Formas en que la pereza actúa como defensa
1. Miedo al fracaso o al juicio
Una de las formas más comunes en que se manifiesta la pereza defensiva es como protección ante el fracaso. Si no comenzamos una tarea, no corremos el riesgo de equivocarnos, decepcionar o ser juzgados, ni por otros, ni por nosotras mismas. Esta forma de inacción no es desinterés, sino miedo encubierto.
“Si no lo intento, no puedo fracasar.”
2. Perfeccionismo paralizante
La pereza también puede esconder una autoexigencia excesiva. Cuando sentimos que debemos hacerlo todo perfectamente o no vale la pena intentarlo, la tarea puede volverse tan abrumadora, originar ansiedad y tratemos de evitarla.
“Si no lo hago perfecto, mejor no lo hago.”
3. Desconexión emocional o falta de sentido
En otros casos, la pereza surge cuando no encontramos sentido ni motivación emocional en lo que se hace. Esta forma de inacción se relaciona con sentimientos de vacío, frustración o incluso síntomas depresivos leves.
“¿Para qué hacerlo, si nada cambia?”
4. Agotamiento mental o emocional
No toda pereza es pasiva. A veces, nos encontramos tan cansadas, que nuestro ser entra en “modo ahorro de energía”. Esto ocurre mucho en contextos de burnout o estrés crónico, o responsabilidades excesivas. En definitiva, cuando llevamos una vida sin espacio para el disfrute y el descanso.
“Estoy demasiado cansada para enfrentar otra cosa.”
5. Rebeldía pasiva
En contextos familiares, laborales o sociales muy autoritarios, la pereza puede ser una forma de resistencia. No hacer una tarea puede convertirse en una manera inconsciente de decir “esto no me pertenece” o “no quiero hacerlo bajo estas condiciones”.
“No hago nada, pero tampoco cedo.”
¿Y qué hay del hábito?
Crear hábitos saludables puede facilitar la acción y mejorar la organización personal. Sin embargo, cuando hay bloqueos emocionales de fondo, la falta de hábito es solo un síntoma, no la causa real del problema. Por eso, el trabajo psicoterapéutico no debe enfocarse solo en generar rutinas, sino en comprender qué emociones están siendo evitadas. En las sesiones se trabaja para:
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Explorar el significado emocional detrás de la inacción.
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Identificar patrones de autoexigencia o miedo al error.
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Trabajar la conexión con el deseo genuino y no solo con el deber.
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Detectar signos de agotamiento emocional o desmotivación existencial.
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Redefinir el concepto de productividad desde una perspectiva propia y más compasiva.
En definitiva, llamar “pereza” a todo comportamiento de inacción puede ser una forma simplista de etiquetar lo que, en realidad, es un fenómeno mucho más complejo. Cuando entendemos que muchas veces la pereza es una forma de defensa, podemos dejar de juzgarla y empezar a escuchar lo que tiene para decirnos.
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