
La autocompasión no es una emoción, sino un sistema motivacional orientado a la reducción del sufrimiento y a la protección de nuestro bienestar. Se puede activar ante el dolor emocional (propio o ajeno) con la intención de aliviar ese sufrimiento y cuidar.
Dimensiones de la autocompasión
El concepto de autocompasión ha sido sistematizado principalmente por la psicóloga Kristin Neff (2003), quien la define como una actitud de amabilidad hacia una misma en momentos de dolor, fracaso o sufrimiento personal. Su modelo teórico se compone de tres dimensiones interrelacionadas:
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Amabilidad hacia una misma: implica tratarse con comprensión y calidez, en lugar de crítica o dureza excesiva ante los errores personales y momentos de dificultad.
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Humanidad compartida: consiste en reconocer que el sufrimiento y la imperfección son experiencias universales, lo que contrarresta la tendencia al aislamiento. Por ejemplo, en la depresión y en la fobia social hay un sentimiento de aislamiento personal que acompaña y mantiene los síntomas. Sin embargo, con el sentido profundo de conexión con el mundo exterior, la persona puede interrumpir el círculo de rumiación, aislamiento e impotencia.
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Mindfulness: Se refiere a la capacidad de observar pensamientos y emociones dolorosas con equilibrio y claridad, sin sobre identificarse ni evitarlos.
Beneficios de la compasión para una misma
- Promueve la resiliencia: al cultivar una actitud compasiva hacia una misma y hacia los demás, se desarrolla una mayor capacidad para enfrentar y superar las adversidades.
- Mejora la salud física: algunos estudios sugieren que la práctica de la compasión puede tener efectos positivos en la salud física, incluyendo la reducción de la presión arterial y el fortalecimiento del sistema inmunológico.
- Mejora la salud emocional: practicar la compasión puede reducir significativamente los niveles de estrés, ansiedad y depresión, promoviendo un estado de bienestar emocional.
Beneficios sociales de la compasión
- Fomenta el altruismo: la compasión nos motiva a actuar de manera altruista, contribuyendo al bienestar de los demás sin esperar nada a cambio.
- Desarrolla la inteligencia emocional: practicar la compasión nos ayuda a mejorar la capacidad de reconocer y gestionar las propias emociones y las de los demás, una habilidad clave de la inteligencia emocional.
- Contribuye a un ambiente de trabajo positivo: en el ámbito laboral, la compasión puede crear un ambiente más colaborativo y menos competitivo, aumentando la satisfacción y la productividad.
- Promueve la paz y la armonía social: a nivel comunitario y global, la compasión puede ser un poderoso catalizador para la paz y la armonía, alentando a las personas y a las sociedades a tratar a los demás con respeto, cuidado y comprensión.
Evidencia empírica
Cada vez son más los estudios que documentan los beneficios psicológicos de la autocompasión. Por ejemplo:
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Salud mental: la autocompasión está negativamente correlacionada con síntomas de depresión, ansiedad, rumiación y perfeccionismo maladaptativo (MacBeth & Gumley, 2012; Neff, 2003).
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Regulación emocional: personas con altos niveles de autocompasión tienden a mostrar un mejor manejo del estrés y mayor flexibilidad emocional (Allen & Leary, 2010).
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Motivación intrínseca: a diferencia de la creencia popular, la autocompasión no reduce la motivación. De hecho, se ha asociado con una mayor persistencia frente a los fracasos y un enfoque más saludable hacia el aprendizaje (Breines & Chen, 2012).
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Neurobiología: Estudios de neuroimagen sugieren que la autocompasión activa circuitos cerebrales vinculados al apego seguro y la regulación afectiva (Longe et al., 2010).
En definitiva, la autocompasión implica: a) Tratarse de forma delicada y cuidadosa, justamente porque sufrimos y sabemos que el sufrimiento es inherente a la experiencia humana. b) Acoger con amor (suavidad, calidez, ternura y coraje) el dolor que se desprenda de cualquier situación de sufrimiento, ya sea de origen interno o externo. Representa una vía científicamente validada para fomentar el bienestar psicológico. Su incorporación en la práctica terapéutica contribuye a la creación de un espacio seguro, donde aprender a relacionarnos con nosotras mismas con menos juicio y más humanidad, lo que facilita los procesos de cambio profundo y sostenido.
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